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Francisco Javier
Costa López
EN TRANCE DE 
SER ÁRBOL
Poesía
Editado por el autor

Prologar un libro es tarea reconfortante y amistosa, porque viene a enriquecer el acervo de quien lo hace y le propicia nueva amistad, intelectual y humana, por los caminos de la escritura. Si se trata de un libro de versos, mucho mejor, pues que la condensación expresiva de la palabra resulta más incitadora y estimulante.
Cierto que todos los prólogos debieran reducirse a un párrafo encerrador de la idea magistral de André Rouseaux, el excelente crítico francés: “Cuando de libros se trata, deberíamos decir como en las ciencias naturales: esto es un cardo, esto es una rosa”.

El libro de Francisco Javier Costa López es, a todas luces, una espléndida rosa. Y lo es ya desde la misma portada. La magnífica imagen con un árbol clásico lleno de palabras así lo expone y lo confirma. La línea horizontal de la tierra, apenas interrumpida por unos leves tonos de verde crecimiento. El robusto tronco que todo lo contiene y fortifica. Las hojas pobladas de mensajes por descifrar en traslación creativa. Toda una imagen proteica condensada y proyectiva en plenitud.
Pero también está el título, bien elegido y acertadamente colocado, casi en círculo y esfera, matizado de siena en el color y musical comprimido como todos los heptasílabos. Y el rompimiento sonoro de los pies internos, toda una concepción compleja y parto feliz de numerosas virtualidades.
Conviene recordarlo. La poesía es palabra que convence y música en el tiempo histórico y personal, como decía Machado, el eminente poeta trufado de filósofo. Si eliminamos la música y reproducimos palabras más o menos agradables o petri-ficadas, habremos prescindido del hálito poético capaz de conmovernos y acercar-nos a la reflexión meditadora. Francisco Javier es un poeta y aquí lo manifiesta con todas sus consecuencias y llamadas a la verdad del hombre, que ha sido colocado en la tierra para cambiar, no inútilmente, el mundo.
Bastaría con leer atentamente el primer poema, que todo lo previene y configura. La postura inicial del hombre frente al universo. La naturaleza, el camino de vivir, la tensión espiritual de la que todo parte y a la que siempre se regresa, el tiempo y su gravitación agustiniana. Y el árbol, que cierra el círculo iniciado con la noche, semilla mediante.

En todo caso, es un libro excelente que necesita lectura parsimoniosa, alejada del apresuramiento emocional o de razón. Lo recomiendo con todo convencimiento y predicación amistosa, en su totalidad. Pero si fuere necesario elegir algunos ejemplos reveladores, valgan los que sugiero. 

En el poema “Quien”, los cuatro versos iniciales y los dos del final, anáfora in-cluida que profundiza. El final de “Saltar al vacío”, llamada para la reconversión necesaria. La declaración palmaria con que se cierra “Me acuso”. El comienzo de “Al amigo fiel”. El grito sonoro con que se cierra “El fin de las manipulaciones”, que recuerda el famoso soneto “Vida” de José Hierro. El mensaje complejo de “La pequeña rosa del pequeño río”. La insistencia personal y anafórica del ego concentrado en “Yo vengo”, con su final de absoluta elegía. 
Valgan como pinceladas sueltas sugeridoras del cuadro final, que debe culminar el buen lector con su participación adecuada.
Los prólogos nunca deben ser prolijos. Por eso lo voy a terminar con una cita ilustre de Lope de Vega, de su poema dedicado al amor: “Esto es un libro. Quien lo leyó, lo sabe”.

Victorino Polo García

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